Otro de los mensajes de la Conferencia General que tuvo algo que llamó mi atención fue el discurso del Elder Richard J. Maynes.
En su mensaje el Elder Richard habló sobre centrarnos en Jesucristo y Su Evangelio, y nos relató la historia de un líder que enseñó a los jóvenes este principio a través del barro. Lo que sucedió fue que este líder, que era alfarero, después de dar una demostración, dejó que los jóvenes intentaran manipular el barro, pero ninguno lo consiguió. Lo que este líder les enseñó es que el motivo más importante por el cual no lo habían logrado es porque no habían colocado el barro en el centro exacto; para los jóvenes el barro estaba en el centro y no habían dado mucha importancia a eso, pero este líder les enseñó que no estaba en el centro exacto.
Este ejemplo me hizo pensar: ¿Estoy viendo "el centro exacto" con mis propios ojos o con los ojos de un profesional? Imaginarán cuál es la respuesta...
Y lo anterior me causó sorpresa por la forma en que analizó uno de mis relatos favoritos del Libro de Mormón. El relato que mencionó fue el del padre del rey Lamoni. Lamoni era el rey de una parte de la tierra lamanita, pero el padre del rey Lamoni era el rey de toda la tierra lamanita.
Para ilustrar el análisis que el Elder Richard hizo llamaré al padre del rey Lamoni como "papá Lamoni".
Papá Lamoni vio a su hijo con Ammón, a quien consideraba un enemigo por ser del otro pueblo. Papá Lamoni estaba tan enojado que mandó a su hijo que matara a Ammón, pero este no quiso hacerlo. Papá Lamoni se enojó aún más por esto y estuvo apunto de matar a su hijo Lamoni, pero Ammón lo defendió. Ahora papá Lamoni quería matar a Ammón, pero Ammón resistió todos los golpes y lo hirió. Papá Lamoni se dio cuenta que Ammón podía matarle así que empezó a suplicarle que le perdonara la vida, y le dijo: "Si me perdonas la vida, te concederé cuanto me pidas, hasta la mitad del reino" (Alma 20:23).
Papá Lamoni estaba dispuesto a pagar el precio... Su propia vida valía tanto que estaba dispuesto a dar hasta la mitad del reino a cambio de que se le permitiera vivir. La mitad del reino es lo que estaba dispuestos a dar por tener la oportunidad de vivir.
Sin embargo, después de esta experiencia, papá Lamoni conoció a Aarón, el hermano de Ammón. Papá Lamoni había quedado impresionado con Ammón, por lo que aceptó la visita de Aarón. Aarón estaba ahí para enseñarle el Evangelio, porque papá Lamoni tenía interés en saber porqué Ammón era diferente.
Papá Lamoni escuchó el Evangelio, lo aceptó y lo valoró a tal grado que después de haber escuchado a Aarón, le preguntó: "¿Qué haré para lograr esta vida eterna de que has hablado? Sí, ¿qué haré para nacer de Dios, desarraigando de mi pecho este espíritu inicuo, y recibir el Espíritu de Dios para que sea lleno de gozo, y no sea desechado en el postrer día? He aquí, dijo él, daré cuanto poseo; sí, abandonaré mi reino a fin de recibir este gran gozo" (Alma 22:15).
¡Un momento! Otra vez está dispuesto a pagar el precio de algo que quiere y que es de valor para él, pero, ¿cuál es la diferencia esta vez?
La primera vez estaba dispuesto a dar la mitad del reino... la mitad del reino para salvar su vida; no fue necesario, pero estaba dispuesto.
Esta segunda ocasión parece haber encontrado algo más importante, porque su disposición fue mayor... su oferta fue que abandonaría su reino por tener esto que ahora quería. Su vida costaba la mitad del reino, pero la vida eterna costaba el reino completo. Estuvo dispuesto a abandonar su reino por recibir esto nuevo de mayor valor en su vida; no fue necesario, pero estuvo dispuesto.
Este análisis del Elder Richard me hizo preguntarme: ¿Cuánto nos costó a nosotros la vida eterna?
Sí, yo sé que aún no estamos siendo juzgados para ver si nos ganamos la vida eterna o no, en realidad mi pregunta es: ¿Cuánto estuvimos dispuestos a abandonar para tener la oportunidad de lograr la vida eterna? ¿Fue un problema dar la "mitad del reino" o daríamos sin ningún problema el "reino completo"?
Realmente me puse a pensar si cuando me convertí al Evangelio de Jesucristo yo estaba dispuesto a pagar con todo lo que tenía o solo con una parte. Me puse a pensar si estaba dispuesto a dejar todo lo que yo tenía por recibir todo lo que se me prometía.
Este fue el caso de papá Lamoni. Su vida era muy valiosa pero encontró algo aún más valioso, pienso yo, según el principio que enseñó Jesucristo: "Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará" (Mateo 16:25).
¿Cómo es que en ocasiones queremos salvar nuestra vida?
Quizás cuando nos convertimos al Evangelio estuvimos dispuestos a dejar las cosas que no nos dejaban progresar, pero no estuvimos tan dispuestos a empezar a hacer las cosas que nos ayudan a progresar. Dimos nuestra mitad del reino porque dejamos lo malo, pero nos faltó la otra mitad porque aún no empezamos a hacer lo bueno. O tal vez sí estuvimos dispuestos a pagar con todo de nosotros, y vamos bien.
Probablemente no matamos ni robamos, tampoco andamos haciendo cualquier otra cosa mala. Es cuestión de analizar cuáles de todas las cosas buenas que debemos hacer no estamos haciendo, y eso significará lo que aún nos falta por pagar. Por fortuna tenemos nuestra vida para pagar el verdadero precio, lo complicado es que no sabemos cuánto tiempo exactamente es eso, y aún más complicado que tengamos el deseo y disposición para pagar el precio completo.
El precio a pagar no es necesariamente nuestra vida en derramamiento de sangre, pero sí nuestra vida en servicio de Dios. Algunas preguntas sencillas para nosotros como miembros de la Iglesia pueden ser: ¿Presto servicio en cada oportunidad o solo cuando mis ocupaciones y ganas lo permiten? ¿Comparto el Evangelio con otros? ¿Cumplo con mis visitas de orientación familiar? ¿Trabajo en historia familiar? ¿Cada cuánto voy al templo?
¿Por qué la pregunta de cuánto costó para nosotros?
Primero, para saber si estuvimos dispuestos a dar desde el principio lo mejor de nosotros para recibir lo mejor de Él.
Segundo, para hacernos reflexionar y motivarnos que tenemos nuestra vida para ir dando las cantidades necesarias para pagar el precio correcto.
Tercero, porque el Evangelio es como una inversión, eso quiere decir que si yo invertí el 50% de mí, eso es lo que voy a recibir en bendiciones en esta vida como en la otra; y si invierto el 100% de mí, eso es lo mínimo que podría recibir ahora y al final. Eso nos enseña el Libro de Mormón repetidas veces: "Porque el Señor Dios ha dicho que: Al grado que guardéis mis mandamientos, prosperaréis en el país; y si no guardáis mis mandamientos, seréis desechados de mi presencia" (2 Nefi 4:4; y muchos más).
Me parece importante que reflexionemos si no estamos reteniendo la mitad de nuestro reino, si estamos en disposición de dar todo de nosotros con tal de lograr lo que se nos promete dentro del Evangelio: La vida eterna. Y, otra cosa tan importante: ¿Cuál es nuestra actitud mientras vamos pagando el precio?
Este fue el caso de papá Lamoni. Su vida era muy valiosa pero encontró algo aún más valioso, pienso yo, según el principio que enseñó Jesucristo: "Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará" (Mateo 16:25).
¿Cómo es que en ocasiones queremos salvar nuestra vida?
Quizás cuando nos convertimos al Evangelio estuvimos dispuestos a dejar las cosas que no nos dejaban progresar, pero no estuvimos tan dispuestos a empezar a hacer las cosas que nos ayudan a progresar. Dimos nuestra mitad del reino porque dejamos lo malo, pero nos faltó la otra mitad porque aún no empezamos a hacer lo bueno. O tal vez sí estuvimos dispuestos a pagar con todo de nosotros, y vamos bien.
Probablemente no matamos ni robamos, tampoco andamos haciendo cualquier otra cosa mala. Es cuestión de analizar cuáles de todas las cosas buenas que debemos hacer no estamos haciendo, y eso significará lo que aún nos falta por pagar. Por fortuna tenemos nuestra vida para pagar el verdadero precio, lo complicado es que no sabemos cuánto tiempo exactamente es eso, y aún más complicado que tengamos el deseo y disposición para pagar el precio completo.
El precio a pagar no es necesariamente nuestra vida en derramamiento de sangre, pero sí nuestra vida en servicio de Dios. Algunas preguntas sencillas para nosotros como miembros de la Iglesia pueden ser: ¿Presto servicio en cada oportunidad o solo cuando mis ocupaciones y ganas lo permiten? ¿Comparto el Evangelio con otros? ¿Cumplo con mis visitas de orientación familiar? ¿Trabajo en historia familiar? ¿Cada cuánto voy al templo?
¿Por qué la pregunta de cuánto costó para nosotros?
Primero, para saber si estuvimos dispuestos a dar desde el principio lo mejor de nosotros para recibir lo mejor de Él.
Segundo, para hacernos reflexionar y motivarnos que tenemos nuestra vida para ir dando las cantidades necesarias para pagar el precio correcto.
Tercero, porque el Evangelio es como una inversión, eso quiere decir que si yo invertí el 50% de mí, eso es lo que voy a recibir en bendiciones en esta vida como en la otra; y si invierto el 100% de mí, eso es lo mínimo que podría recibir ahora y al final. Eso nos enseña el Libro de Mormón repetidas veces: "Porque el Señor Dios ha dicho que: Al grado que guardéis mis mandamientos, prosperaréis en el país; y si no guardáis mis mandamientos, seréis desechados de mi presencia" (2 Nefi 4:4; y muchos más).
Me parece importante que reflexionemos si no estamos reteniendo la mitad de nuestro reino, si estamos en disposición de dar todo de nosotros con tal de lograr lo que se nos promete dentro del Evangelio: La vida eterna. Y, otra cosa tan importante: ¿Cuál es nuestra actitud mientras vamos pagando el precio?
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